Esquiva llamarada,
flecha que de mi huyes,
sin dejar de ser fuego
declina tu parábola,
Me aterran los hondones
cuando está anocheciendo.
No te pierdas errática,
en la oquedad sin nombre,
Por mis venas trizadas
aún sangra Prometeo
sin rescatar la lámpara,
su migaja de carne
con los poros abiertos.
Descansa tu jornada
sobre esta angustia honda.
Vuelve tu mano tibia hacia
mi costado seco,
que el barro se estremece
cuando la sierpe fría
es péndulo que grita
colgado de silencio.
No abandones mi senda.
Recuerda que hubo un hombre
que trazó sus caminos
y rompió parapetos
para atarse a tu llama.
Si te apagas sombrío
repecharé en las sendas
con los ojos dispersos.
Inquieta llamarada,
mi espalda dolorida
se sepulcró de estrellas.
La noche en que florezco
se nutre en la substancia
de tu sol encendido
que le pone a la llaga
mascarilla de pétalos.
Fulmina la barrera
que consume la fuente
y muestra al surco avaro,
tu semilla de fuego,
o acaso quieras darte
llegando insospechada
en la nave del sueño.
cuando llegues, no toques.
Mi puerte está ligera
y el carbón esperando.
Ya en los párpados siento
la lágrima que espera
con temblores de incendio.
Esquiva llamarada,
no equivoques el puerto.
Antonio Dávila ópez
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